Este tema lleva rondándome la cabeza desde hace días, cuando vi por enésima vez La Isla de las Cabezas Cortadas (será todo lo mala que la gente quiera, pero a mi me parece muy buena película de aventuras y de piratas). Y es que el personaje del Pirata es un elemento más que recurrido en este movimiento que nosotros mismos estamos reviviendo día a día.
Analicemos un poco las bases sobre las que se asienta el movimiento romántico: personajes políticamente incorrectos y fuera de la ley, pero valientes y osados; la búsqueda de la aventura y los viajes a lugares exóticos; la búsqueda de la libertad del individuo y el desprenderse de las cadenas de lo común; el elogio de lo inacabado y que aún falta por escribirse frente a lo encasillado en su totalidad.
Realmente nos encontramos frente a las grandes motivaciones de los juegos de rol, sean de la temática que sean. Personajes como los Piratas, los bandidos y cualquier personaje marginal, así como los aventureros que no están ligados a ningún lugar es un tema tratado por todos los literatos románticos, desde Espronceda con su Pirata hasta Mary Shelley con su Frankenstein.
Por otro lado tenemos el ansia de la aventura, la búsqueda de lo desconocido recorriendo lugares extraños y extravagantes, fuera de los límites de lo conocido y, a veces, de la razón misma. Selvas invadidas por la vegetación o ruinas de hace cientos de años son recorridas por estos personajes en busca de aventura y emociones más allá de lo que la tediosa rutina urbana les ofrece. Y, sobre todo, esas ansias de libertad, de meterse en líos con la ley y lo moral, ya sea liberando a un amigo de la prisión o sacando a una dama de su lecho y raptarla para recorrer mundo más allá de donde llevan los más recónditos caminos.
La historia está condenada a repetirse en un ciclo y yo veo al rolero como un romántico de su época, inconformista, en busca de algo más que la vida real no le permite, evadiendose en emplazamientos solo imaginados y libres de cualquier atadura. Y es que somos la viva imagen del romántico del siglo XXI, ya que sus autores dejaban de ser autores para ser personajes del mundo que ellos mismos ansiaban, con vidas dignas de ser contadas por sus contemporáneos. Así tenemos el ejemplo de Lord Byron, que amó a todo lo amable, viajó más allá de donde le llevaron los pies y murió en batalla defendiendo un ideal libertino.
¿Acaso no buscamos la aventura? ¿No hemos rescatado princesas de palacios perdidos y enfrentado a innumerables peligros con la única emoción y recompensa de la emoción y el peligro? ¿No buscamos en nuestros juegos la libertad que no nos permite el mundo real y cotidiano? Y son estos pensamientos los que nos llevan a reunirnos frente a una mesa, al igual que hicieron Byron, los Shelley y Polidori en una tarde de Mayo de 1816 donde cada uno escribió su particular obra maestra. Y es que esto es lo que hacemos, la tinta son nuestras palabras que no nos quedan en papel, si no en el recuerdo de los años y que guardamos en lo más íntimo, de forma que solo los allí presentes somos testigos de nuestra propia obra maestra.
(...)
Por donde quiera que fuí,
la razón atropellé,
la virtud escarnecí,
a la justicia burlé,
y a las mujeres vendí.
Yo a las cabañas bajé,
yo a los palacios subí,
yo a los claustros escalé,
y en todas partes dejé
memoria amarga de mí.
Ni reconocí sagrado,
ni hubo ocasión ni lugar
por mi audacia respetado;
ni en distinguir me he parado
al clérigo del seglar.
A quien quise provoqué,
con quien quiso me batí,
y nunca consideré
que pudo matarme a mí
aquel a quien yo maté.
(...)
José Zorrilla
Don Juan Tenorio
Salud y Rol